John Cleese dixit

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It´s... AngiePython´s The flying Verses...

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jueves, 27 de marzo de 2008

Violeta Violenta... Julio Romero de Torres





Julio, Cordobés maldito.




Si habláramos de sobrevalorados dentro del panorama cultural universal, no bastaría con una sola vida para adentrarse en ese jardín.. Sin embargo, mi paciencia es infinita y mi lengua afilada cuando lo atroz se hace "incontestable"...
No podemos decir lo mismo de Romero de Torres sino todo lo contrario. Su talento, tantas veces vilipendiado por críticos de arte que quizá cometieron el mismo error que aquel pintor conceptual del que hablaban Faemino y Cansado ("permaneció 5 años en Económicas pensando que lo hacía en Bellas Artes... No aprendió ni de lo uno, ni de lo otro"), para mi no tiene discusión, pero parece que aún nos sale un apocamiento propiamente cañí, el mismo que ha dilatado el que a Javier Bardem, por ejemplo, se le valore como uno de los mejores actores DEL MUNDO, hasta que los americanitos se han equivocado este año y por fin le han dado la maldita estatuilla. Sí, todavía con respecto a Romero de Torres rige ese aplauso a medio cocer, quizá en parte porque un contenido localista, para el gran público, no puede esconder nada atemporal y aespacial (¿no recuerda esto a lo que aún sucede con Lorca y esa absurda disputa entre el Romancero y Poeta en N.Y.?); y es que tal planteamiento, además de ir contra presupuestos tan incontestables como la dicotomía fondo/forma establecida por Jakobson allá por 1959 en la famosa conferencia de Indiana, es un "ábrete boca y di lo que quieras", algo que, a ver que le vamos hacer, se encuentra uno con tanta asiduidad.


Córdoba es un escenario, ni más ni menos que eso... Y, como el jinete lorquiano, Julio la buscó sin descanso, herido de muerte y aún inmerso en ella, murió como es inherente a cualquier artista de verdad, persiguiéndola todavía; y, a pesar de los malditos tunos(una plaga, una verdadera plaga), lo hizo en nombre de la gravedad, de esa grandeza magnética, elegante, milenaria que es Córdoba, tierra oscura repleta de callejones del gato, sí, pero también y como nadie de callejones de las flores. Su, desde mi punto de vista perfección técnica, que transpasa el óleo y desploma la entraña,ni siquiera es todo lo que se puede decir... Y Córdoba me sigue pareciendo lo mejor para ese devenir de reivindicadas pasiones, consideradas muy bajas por la sociedad de su tiempo (y por desgracia aún por algún energúmeno de la actual) como el lesbianismo no como particularidad sino como otra manera más de expresión amor y deseo; los bajos fondos en una dignificación visionaria del mundo de la prostitución, algo que le hizo pagar duros peajes en concepto de popularidad y ascensos; los comportamientos irracionales de los amantes, sin juzgarlos, simplemente, robándoles el alma para filtrarla por la tela; y, entre otras tantas vertientes (maldito sea el que dijo que no era más que un pintor de carteles,ése sí era maldito), el encuentro al margen del bien y del mal, más allá del paraíso, entre lo sagrado y lo profano, la mayor herejía del mundo nunca fue tan bella, tan sublime.

La Gracia (1915) es uno de los cuadros que más venero y que en mi niñez más impacto me causó... Nada como este cristo descendido, esta mujer aniquilada como pago por su lascivia, por haber elegido el placer al dogma.
Increible la anatomía y su postura, esa caída que parece mantenerse sin ayuda; el deseo apagado da paso a una belleza sublime imbuida, eso sí, de la más profunda oscuridad pero que parece no apagarse nunca. Córdoba envuelta en un sudario sobrevive a las envidias ajenas y a las propias fallas... Córdoba está ahí, albergada en el cuerpo más bello que jamás haya existido.
Oscuridad y desgarro, tristeza antigua, inmortal, nada que ver con la sarta de tópicos que, incluso con la mejor intención, cosifican este legado con ideas como que la mujer cordobesa es sólo gitana, porque claro, lo gitano es andaluz, como si esta legendaria estirpe no fuera española con todas las letras... La Chiquita piconera debe mucho a la belleza Asia Aceituna pero no menos que a las raíces cristianas, judías y mozárabes que esencializan a parte de verdades más o menos ajustados sobre aquella lejana convivencia, el universo de Romero de Torres, a fin de cuentas, una idealización cargada de sentido. La mujer de sus lienzos es mármol ofélico, casi amarillento, curva equilibrada, fídica y un profundo contraste entre la languidez primera con la oscuridad inasible desde el párpado hasta el inicio del pómulo... Pieza de tanagra quebrada desde el origen, con cien pasados a sus espaldas, sufriendo conscientemente sólo por el último, ángel, ser transterrenal y, sin embargo, sangre y voluptuosidad.

Sirva esta espontáneo homenaje como un abrazo al antiguo desde una aprendiz de oscuridades, discípula indigna a la que salva la realidad de esa obsesión que, como decía J.L. Amaro la vez que lo conocí, sería en este caso, la poesía.


2 comentarios:

Ciudadano B dijo...

Ole.

Ole.

Y ole.

Como el habitante deshabitado que soy, cada elemento de esa ciudad que sólo habito por dentro, me revuelve las entrañas con sólo nombrarlo. Este es el caso de J.R.d.T, del que, por añadir algo a tu perfectísima exposición, me seduce, ya no sólo esa forma de trasladar lo físico, la belleza, sus reales y naturales formas, sino también la habilidad para impregnar cada pincelada, cada lienzo, -su obra- del espíritu de esta ciudad nuestra y que siempre fue del mundo.

A.B.: El ciudadano B saliendo de la posada, caminando junto a la fuente del Potro, accediendo al pasillo que da a ese jardín de perfectas geometrías, de fuente en su centro, y adentrándome en la casa del pintor del sentimiento.

Unknown dijo...

Magnífica lección de gravedad. Me la debías, tu venganza es dulce y contundente. Si ya me siento el hombre más afortunado del mundo por ser hijo de esta tierra, por perseguir, como tus celosos protegidos, a Córdoba hasta desfallecer sin encontrarla... cuando te escucho decir cosas como las que aquí compartes, aparte de afortunado me siento privilegiado.

Fantaseo indigno, ahora yo, buscando Córdoba en los ojos de una mujer que no existe, Angela Mericci, porque, ladrona, Córdoba decidió encarnarse en tu piel y nos dejó huérfanos.
Apiádate de nosotros.